Una tarde con Sebastián Román

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Por Koré Escobar

Después de un generoso cocido en Santiago Millas llegamos a Castrotierra de la Valduerna a una hora imprecisa de la tarde; en el momento en que  el viento veraniego de los pueblos de León invita a ponerse la chaqueta.

Precisamente ahí, en este ambiente sosegado, vive y trabaja Sebas.

Resulta significativo el contraste entre la despiadada frialdad de sus imágenes y el entrañable entorno en el que transcurre la vida y el proceso creativo del autor.

Las fotografías de Sebas son gélidamente bellas. Ciudades que están en nuestro imaginario común, todas familiares, si bien inexistentes. Tenemos la sensación de que las conocemos porque las tenemos grabadas en nuestro subconsciente cultural, sin embargo son la materialización, en forma de maqueta urbanística, de una pesadilla apocalíptica de su autor, el mundo tras la extinción de la raza humana. Un mundo deshabitado del que sólo queda su resto material en forma de ciudades hiper-tecnológicas y frías.

Al contemplar las fotografías de Sebas no dejo de preguntarme si ese será nuestro futuro y, sobre todo, me pregunto qué es lo que ha acabado con nosotros, ¿una bomba de neutrones?, ¿un virus asesino liberado de algún laboratorio? ¿la incapacidad para procrear? ¿la falta de recursos tras nuestro consumo insaciable?… Algo tan salvajemente eficaz que acaba con los humanos pero no con sus creaciones.

Produce escalofríos contemplar en las fotografías el vestigio del hombre sin el hombre, la huella de su capacidad tecnológica pero la certeza de su incapacidad  frente a la grandeza inmisericorde de la naturaleza o su propia falta de autocontrol.

En el proceso creativo de Sebas están presentes tres elementos fundamentales; por una parte el estudio del vestigio, de la huella, del rastro… Elabora sus maquetas a partir de deshechos de ordenadores, de lo que ya nadie quiere, a partir del resto material más característico de nuestra era: la chatarra electrónica. Una antigua tarjeta de memoria se torna en la mente de Sebas en un rascacielos de Wall Street; lo que en otro momento fuera  un teclado de ordenador es, en su universo, las viviendas unifamiliares que bordean una bahía de una gran ciudad…Todo tiene otra vida en el cosmos de este autor. Este es, precisamente, otro de los elementos con los que juega Sebas; el reciclaje, la segunda oportunidad de las cosas, la vida más allá de la utilidad.

El tercer aspecto que no debemos obviar en la obra de este artista es el aspecto lúdico, el juego. No me cuesta nada imaginar al niño Sebas encerrado durante largas horas jugando a los legos, al tente, a los clicks. Creando mundos alternativos tal vez para espantar sus miedos o tal vez para tenerlos presentes o quizás,  simplemente,  divirtiéndose recreando las mil y una películas futuristas que forman parte de nuestra filmoteca vital.

Después de comer unas cerezas en el patio de su casa, vamos a ver la maqueta, la arquitectura de la que nacen sus fotografías. La guarda con exquisito mimo en cajas que él mismo ha construido adaptándolas a las necesidades de la pieza, facilitando su transporte y disposición para ser fotografiada. Junto a ella, guarda toda una colección de piezas sueltas de ordenador y una Lambretta que piensa arreglar.

Nos explica las dificultades que tiene para trasladar la maqueta al lugar desde el cual la fotografía y nos dice que sería imposible sin la ayuda que le ofrecen Lauri y Manuel, sus padres, a quienes agradece su permanente apoyo y colaboración en su aventura creativa.

Por fin llegamos a la atalaya desde la que Sebas dispara y, como no podía ser de otra manera, descubrimos que el lugar elegido para ello es el resto de una época anterior; el castro de la edad de piedra que en la actualidad alberga la ermita de la Virgen de Castrotierra de la Valduerna, la Diosa Leonesa de la lluvia.

Desde este evocador paisaje y, aprovechando la fascinante luz de las horas punteras del día, Sebas escudriña con su cámara la arquitectura  que él ha soñado y observa cómo reacciona ante las distintas tonalidades de la luz y los cambios meteorológicos y es, precisamente,  está mezcla entre realidad y simulacro, lo que hace sus imágenes tan misteriosas y tan turbadoras.

Se puede visitar su exposición La Isla en la Casa de las Culturas de Bembibre hasta el 31 de Julio.

Más obra de Sebastián Román en http://www.espacioe.com

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